Cinco académicos de la Facultad de Filosofía y Humanidades fueron condecorados en el 67° Aniversario de la Universidad Austral de Chile

En el marco de la Conmemoración del Sexagésimo Séptimo Aniversario de la Universidad Austral de Chile, este martes, se desarrolló la tradicional ceremonia en la cual se releva la trayectoria y compromiso de integrantes de la comunidad universitaria que cumplen 25 y 40 años de servicio, junto a los académicos y académicas que han sido promovidos y adscritos a la categoría titular.

Debido al contexto sanitario actual, y por segundo año consecutivo, este hito se fue transmitido a través de las plataformas virtuales de nuestra casa de estudios superior. En total, 30 integrantes de la comunidad UACh cumplen 25 años y 11 han permanecido durante 40 años. Asimismo, 5 docentes han sido promovidos a la categoría de Profesor/a Titular y 2 fueron adscritos a la máxima categoría académica.

En el caso de la Facultad de Filosofía y Humanidades, la Dra. Claudia Rodríguez fue promovida a Categoría Titular, mientas que los académicos María Eugenia Solari, Fernando Maureira, Juan Domingo Ramírez y Gonzalo Portales fueron reconocidos por cumplir 25 años de trayectoria en la institución.

25 AÑOS

La académica del Instituto de Estudios Antropológicos, María Eugenia Solari Alberti, quien llegó a Valdivia y a la Universidad Austral de Chile en marzo 1996, menciona que su incorporación fue una opción largamente pospuesta, ya que desde el año 1980 sostenía conversaciones con la UACh para integrarse como docente. 

“Fue en el 1995 cuando insistí en ese pospuesto anhelo desde Montpellier (Francia), donde residía después de haber finalizado mi doctorado hacía ya un tiempo y continuaba trabajando en investigación ligada a la Universidad de Montpellier II. De este modo, me incorporé al Instituto de Ciencias Sociales de nuestra Facultad. Fue una opción personal pero también familiar regresar a Chile, vivir en Valdivia y, pertenecer a la Universidad. Dentro de los muchos recuerdos en estos 25 años, quizás los más significativos están relacionados con la creación del Instituto de Estudios Antropológicos, un nicho de compañeros colegas hasta el día de hoy y del cual fui directora sus primeros 6 años (2012-2018)”, indicó.

Así mismo, la académica destacó las oportunidades de desarrollo profesional e investigativo que le han permitido relacionarse y ser parte de emblemáticos proyectos vinculadas a otras áreas del conocimiento.

“A su vez, mis recuerdos de docencia están ligados, por opción, al pregrado en antropología, pero también a diferentes carreras de nuestra Facultad (Bachillerato, Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales) y de la Universidad (I. Forestal, I. en Recursos Naturales, Geografía etc.), además de la participación en el programa transdisciplinario de Honor en el CEAM. En el plano de la investigación, en el año 1999 cree el Laboratorio de Arqueobotánica e Historia Ambiental, espacio de formación de estudiantes de pre y posgrado y de dialogo con investigadores tanto nacionales como internacionales.  Gracias a las temáticas trabajadas al interior de este Laboratorio, considero un privilegio, el poder formar parte de equipos inter-transdisciplinarios al interior de esta Universidad y fuera de ella, compartiendo con investigadores de campos muy disímiles al mío, aproximando las ciencias sociales y la antropología a las ciencias de la naturaleza” puntualizó.

En el caso del académico, Fernando Maureira Estrada, quien también forma parte del Instituto de Estudios Antropológicos, su relación con la Universidad Austral de Chile comenzó con su formación de pregrado, instancia que le permitió conocer y compartir con destacados docentes como Freddy Fortoul, Liliana Larrañaga, Carlos Amtmann o Jubel Moraga, quienes eran parte del Instituto de Ciencias Sociales y luego fueron sus colegas.

“Cuando uno ingresa a la Universidad nunca cree estar seguro de poder trabajar donde se formó. Tuve la suerte de poder hacerlo. No me siento más que con un ánimo de mucho respeto por lo que hago, por la institución que me alberga y de orgullo porque creo que la Universidad es lo más importante que tiene la ciudad y la región. Siendo parte de esta institución a veces me queda chico el cuerpo para el orgullo que uno siente. Para alguien que llegó a Valdivia de tres meses y ha estado viviendo casi toda su vida es bien importante y es importante ver también cómo la Universidad ha crecido, no solamente en infraestructura que es evidente; ha crecido en personas, la cantidad de alumnos que han pasado en los cursos donde he sido profesor, la cantidad de colegas que han sido mis alumnos y que hoy día trabajo con ellos es espectacular. La Universidad me permitió cumplir estos pequeños sueños. Siempre me gustó la docencia, en mis experiencias laborales siempre estuve a cargo de formar equipos para intervención social, por tanto, siempre la dimensión formativa estaba presente, cuando se dio la posibilidad de incorporarme a la Universidad no lo dude, es una gran institución, sólida y con un prestigio bien ganado”.

Fernando Maureira ha sido Director de la Escuela de Antropología en dos periodos, entre el año 2010 al 2013 y entre el 2016 y .2018, oportunidades donde ha fortalecido el vínculo con las y los estudiantes de varias generaciones. “Para mí
es muy importante cuando un alumno te elige profesor patrocinante de su tesis, estoy absolutamente convencido que es la expresión máxima de confianza entre profesor y alumno, al respecto tengo la suerte de haber sido profesor de tesis de un padre y años después de su hijo, ambos antropólogos. Otro hito en lo personal, es que me ha correspondido ser profesor de algunas asignaturas de mis hijos mayores, ambos estudiaron en la facultad, no creo que alcance a ser profesor de los menores, fue una experiencia distinta, aunque en ocasiones sus opiniones eran implacables con su profesor”, explicó.

Por su parte, el académico y actual Director del Instituto de Comunicación Social, Juan Domingo Ramírez Cáceres, se incorporó a la Universidad Austral de Chile en el año 1989 con el objetivo de ser uno de los docentes de la recién creada Escuela de Periodismo, luego de haber ejercido la profesión de manera activa en diversos medios de comunicación nacional durante varios años en la capital, decidió viajar a Valdivia para dedicarse al mundo académico.

“Sin duda, los momentos que más atesoro en estos 25 años son los que me remontan a los primeros años de la Escuela de Periodismo. Recuerdo que estaba instalada en lo que hoy se conoce como FEUACh. Tener ese espacio físico nos permitió crear lazos muy importantes con quienes en ese entonces eran estudiantes y que hoy son grandes profesionales de las comunicaciones y amigos muy queridos. Me emociona recordar, por ejemplo, cuando llegaban los primeros equipos de sonido y las primeras máquinas de escribir, éramos como una familia, entre todos instalábamos y probábamos las máquinas con las que íbamos a trabajar y aprender”, indicó.

Durante su paso por la Universidad, Juan Domingo Ramírez, ha ejercido cargos como Jefe de Gabinete, Director de Extensión, Director de Relaciones Públicas, Director de la Escuela de Periodismo y en la actualidad Director de Instituto de Comunicación Social.

“La UACh es una institución donde vale la pena estar adscrito, además la ciudad invita a participar de un colectivo muy interesante donde se construyen redes muy diversas. En estos 25 años han sido de trabajo arduo, permanente, pero con el sentido de pertenecer a una gran familia, que comienza con nuestro Instituto y sigue más allá incluso de la Universidad. Creo que la Universidad me ha dado mucho más de lo que yo le he podido dar a ella, me ha dado un lugar donde investigar, donde hacer clases, y desde donde tengo grandes amistades, no sólo con los docentes sino también con los propios estudiantes. Cumplir 25 años aquí es un honor”, puntualizó.

Finalmente, el académico y actual Director del Instituto de Filosofía, Gonzalo Portales Guzmán, es Licenciatura en Filosofía de la Universidad Católica de Valparaíso y Doctor en Filosofía de Ruhr-Universität-Bochum, Alemania.

En el periodo comprendido entre el año 2008 y 2011 fue Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, además fue Director del Instituto de Filosofía y Estudios Educacionales entre agosto 2001 y agosto 2004, desde 2001 a la fecha se desempeña como Coordinador del Programa de Formación Integral de la Facultad de Filosofía y Humanidades.

Respecto a sus líneas de investigación, Gonzalo Portales ha participado en seis Proyectos Fondecyt en los cuales se destacan Miradas contemporáneas para una filosofía de la afectividad y el cuerpo; Nietzsche: La Voluntad de Poder; Ironía Pathos Trágico. La rehabilitación de la aisthesis en la filosofía alemana del siglo XIX; Contribuciones críticas a la historia del Nihilismo; La historicidad del arte. Crítica de la recepción contemporánea de la estética de Hegel y Arte y Religión en la filosofía del nihilismo europeo.

Titularidad

La académica del Instituto de Lingüística y Literatura, Ma. Claudia Rodríguez Monarca, quien fue promovida a Categoría Titular, es Profesora de Castellano de Universidad Austral de Chile, Magíster en Filología, mención Literatura Hispánica Universidad Austral de Chile y Doctora en Teoría Literaria y Literatura Española Universidad de Oviedo, España.

Según su testimonio, alcanzar esta categoría viene a reforzar un importante compromiso sostenido hace mucho tiempo con la Facultad y Universidad, ya que es una manera de retribuir todas las oportunidades que tuvo para trabajar en investigación, vinculación con el medio y formación de nuevos profesionales en su formación académica.

Por otro lado, se siente muy orgullosa por tener la posibilidad y responsabilidad de sumar a una mujer más a esta categoría dentro de la Universidad Austral de Chile, con todo ese desafío que conlleva ir conquistando estos espacios.

Compartimos el registro audiovisual de su testimonio completo en el siguiente video institucional:

Nietzsche político e intempestivo

librogportalesEn El origen, uno de sus libros autobiográficos, Thomas Bernhard relata que cuando estaba en el colegio cambiaron en el aula una esvástica por un crucifijo. Esta modificación al interior de la sala conjugó con que el inspector del internado fuera sustituido por un ferviente y joven profesor nazi. Posteriormente, cuando ganaron los aliados, la cruz cristiana volvió al mismo sitio anterior. La disciplina y la forma de proceder en los dos regímenes eran casi similares, no se notaba diferencia en la violencia ejercida a los alumnos entre el catolicismo y el nazismo. Uno y otro conformaban la prolongación ‘natural’ de una manera de proceder y comprender la vida. Esta sutil equivalencia indica una continuidad, semejante en algunos aspectos a la devastación que sucedió en Chile con Pinochet. El paralelismo tiene su explicación: para que el nazismo se haya establecido con ‘naturalidad’ (palabra exasperante usada a menudo por Bernhard), existen ámbitos complejos de determinar de una vez; requieren de una revisión de los compromisos culturales implícitos. Tanto el pinochetismo como el nazismo conforman modos asoladores de ‘pensar’ –fantasmas de la sinrazón, diría Armando Uribe Arce- que no desaparecen sencillamente con el fin de una guerra o la supuesta vuelta a la democracia. Así como Lévinas escribió Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo, podría hacerse algo parecido con el pinochetismo. La filosofía, como otras áreas del saber, guarda una relación subrepticia y sobredeterminada con estas formas de acendrar la debacle cotidiana.

En Filosofía y Catástrofe, reeditado luego de catorce años por Ediciones UACh, Gonzalo Portales se propone examinar la herencia filosófica de la recepción nietzscheana a partir de la Shoah. Es una lectura y propuesta compleja, porque lo que lleva a cabo no es simplemente cotejar el legado nietzscheano en  términos de los documentos intervenidos por su hermana (labor cumplida por Giorgio Colli y Mazzino Montinari), sino de determinar cómo en su recepción los textos ‘colaboran’ o no al ‘malentendido’, discutiendo a su vez el planteamiento de Lukács en El asalto a la razón sobre el camino que sigue la ‘filosofía alemana reaccionaria’ hacia Hitler, donde se incluye a Nietzsche en un elenco filosófico que comienza por Schelling (supuestos responsables del irracionalismo que culmina en el Führer). La labor de Filosofía y Catástrofe rebasa por tanto la interpretación de Nietzsche para aguzar la mirada a la filosofía alemana del último siglo. A partir de la Fragmentaria (Nachlass), o los Fragmentos Póstumos como ha solido publicarse en castellano, Portales recorre el camino -en muchos casos ambiguo- tanto de la lectura y dichos de Nietzsche como de la manera de recibirlos, principalmente por parte de Heidegger. La exhaustividad filológica y hermenéutica del libro –además de un estilo fino en la interpretación- permiten dar cuenta del debate. ¿Es Nietzsche un antecesor que justifica el nazismo, aunque haya sido mal comprendido y manipulado? ¿Permite su filosofía una exegesis nazi y, por lo tanto, autoriza la catástrofe de la política europea y alemana? ¿Cómo entender la recepción de Heidegger y sobre todo el nihilismo en estos filósofos? Y lo más importante, sin que el libro se lo proponga explícitamente, ¿cómo comprender la política alemana del último siglo?

Estas grandes preguntas son recogidas y lo más sorprendente es que, a pesar de ser un libro de alrededor 170 páginas, las elabora de manera detallada y precisa (incluso impiden componer una reseña en los términos usuales). Esta exhaustividad contiene dos aspectos: primero, revisa lo que Nietzsche leyó en el momento de escritura de sus libros y los Fragmentos Póstumos, estableciendo un registro filológico-heurístico y, por otro lado, cómo fue leído por los pensadores alemanes, despejando un camino hermenéutico en la bibliografía secundaria, relevante en cuanto a la recepción. Estos enfoques imbrican, por así decir, dos tiempos: la vista hacia la influencia del Romanticismo Temprano en el pensamiento de Nietzsche, en primer lugar, y la filosofía alemana del siglo diecinueve, en el horizonte general. Y, al mismo tiempo, aguza la vista hacia el porvenir, vale decir, la interpretación compleja tanto en el plano filosófico como político de Heidegger, dominante en la discusión sobre Nietzsche durante el siglo veinte. Estas dos miradas confluyen en la reflexión política; es más, me arriesgaría a afirmar, Nietzsche es para aquel Gonzalo Portales del año 2002 –cuando publicó la primera edición- el eje de comprensión de la política alemana y europea de los últimos siglos. De ahí que este breve y denso ensayo condense de algún modo las investigaciones minuciosas recorridas por su trabajo intelectual.

La inscripción “Nietzsche” es engañosa. Filosofía y Catástrofe no consiste ‘simplemente’ en una monografía; bajo esta firma reputada, hasta en el plano de la cultura de masas, Portales ofrece una interpretación de la historia de la filosofía alemana. Nietzsche parece presentar un dilema acerca del estatuto de la filosofía; la interrogación respecto del quehacer filosófico implica pensarlo no solo como la especialización de un periodo o de un giro sustentado por una personalidad radical (algo así como la “originalidad” o “genialidad” de Nietzsche), sino en cuanto un pensamiento que intuye, incorpora e instituye una legibilidad de la cultura. En este caso se trata de la guerra y la catástrofe (o el vaticinio sobre la gran guerra, como advierte complejamente Nietzsche) como legado del nihilismo europeo y la muerte de dios, que ya estaba ínsita en el cristianismo. El vuelco catastrófico, que implica consumar la catástrofe y no volverse hacia un conservadurismo, tiene diversas aristas históricas y filosóficas, que también incitaron ‘equivocaciones’ en el mismo Nietzsche por medio de su decir profético y, por cierto, virulento.

A grandes rasgos, existen al menos dos niveles explícitos de esta catástrofe. La primera contiene el correlato histórico que marca a Europa y las explicaciones que buscan una respuesta tanto filosófica como política: Auschwitz. La segunda es la que Portales caracteriza a partir de Nietzsche como la utopía catastrófica asociada al superhombre. Vale decir, la transformación radical sobre lo que se ha comprendido como “hombre”: el paso muchas veces tormentoso de la aurora al ocaso. Es la tensión que provoca el giro hacia una nueva época y el destino que implica este quiebre; una lucha por hacer girar el mundo en otros ejes y al mismo tiempo el proceso destructivo que implica la conformación de una época distinta a partir de las ruinas, que desde el siglo diecinueve hasta hoy se enfatiza sobre todo en el plano artístico. Y no solo –como demarca Heidegger a través de Nietzsche- en el ámbito europeo. La politización del arte puede verse, a través de su vuelco inmanente, como un plano secuencia de la muerte de dios.

Esta dualidad de la catástrofe –saliéndonos ya del libro- indica un juego entre duelo y utopía, inclusive su conjunción. A la que es preciso sumar una tercera (ya aludida y que volveremos a mencionar al final). Es lo que Dostoievsky observó tempranamente a partir del abismal personaje Kiriloff, que Nietzsche parafrasea en el esquizofrénico de la Gaya Ciencia anunciando la muerte divina, y ‘encarna’ al final del Ecce Homo cuando se refiere a la gran política: “Vendrá un hombre nuevo, dichoso y orgulloso. Aquel para quien le será indiferente vivir o no vivir, ése será el hombre nuevo. Aquel que vencerá al sufrimiento y al terror, y el mismo será Dios. Entonces, el otro Dios ya no existirá (…) Entonces empezará una nueva vida, un hombre nuevo, y todo será nuevo. Entonces se dividirá la historia en dos períodos: del mono al aniquilamiento de Dios, y desde el aniquilamiento de Dios hasta…Hasta la transformación física del hombre y de la tierra. El hombre será Dios y se modificará físicamente. El Universo se transformará, igual que las obras, los sentimientos y los pensamientos”. Los endemoniados (1872). El último capítulo del libro de Portales, “Fragmentaria del nihilismo europeo y la gran política”, se hace cargo de esta discusión con las dificultades que implica dar cuenta a su vez de las interpretaciones de Nietzsche a partir de Heidegger y las manipulaciones del nazismo. A diferencia de la interpretación heideggeriana, donde prima la distinción entre lo suprasensible y lo sensible en cuanto muerte de dios, ligada a su cuestionamiento a la metafísica de la presencia, Portales aclara que la catástrofe nietzscheana es más bien decimonónica, es decir, apunta a la desaparición del sentido teleológico del acontecer, cuyos límites tienen que ver con un asunto histórico, no una interrogación que regrese a los orígenes griegos. “Este es el extremo persuasivo y fáctico desde el que la gran política debiera intentar invertir el proceso de deterioro de la comunidad y de abatimiento del hombre ya incapacitado de reconocerse a sí mismo. Pero su tarea no consiste en impedir la catástrofe, sino en consumarla” (167). Mirada esta devastación desde otro ángulo, cuando muere dios, no es que ya todo esté permitido (Dostoivesky), sino que lo que queda es la política, el espacio de juego de la inmanencia que es necesario cumplir. Pero, ¿en qué consiste esta política, a la que el filósofo suma la carga de ‘gran’?

A pesar del ámbito decimonónico del debate, donde es necesario situar el horizonte histórico de Nietzsche, Portales observa igualmente el tono altisonante del filósofo, su constante búsqueda por jerarquizar a los hombres, la exigencia de crianza de los últimos fragmentos, el cinismo político de la aniquilación devastadora, el desánimo histórico y el padecimiento de crisis; y al mismo tiempo resalta la necesidad de leer su filosofía con un oído atento y una hermenéutica tolerante ante su escritura grandilocuente y aporética, sobre todo a la vista de las guerras y las catástrofes suscitadas en el siglo veinte donde Alemania tuvo un rol protagónico. De manera compleja y también aporética, Portales termina su libro con el silencio que involucra Nietzsche, es decir, interpretando el enigmático párrafo final de Filosofía y Catástrofe, con las contradicciones y las múltiples máscaras que ha implicado para el futuro.

Siguiendo la discusión otra vez en los límites del libro, a estas muertes teleológicas y metafísicas de dios, es posible sumar su defunción por medio de la tecnología y la mirada globalizada. Hace solo un poco más de un siglo, Nietzsche escribía en la Gaya Ciencia: “«¿Es verdad que el amado Dios está presente en todas partes?», preguntó una niña pequeña a su madre: «pero eso lo encuentro indecente»”. Hoy esta mirada está ocupada por google maps. Con el desarrollo de los nuevos aparatos técnicos, los conceptos de lo humano y divino se ven profundamente trastocados; y en este trastorno la figura del hombre y su cuerpo se descentralizan del mundo (a pesar del énfasis en cierta interpretación de Nietzsche, en esta transformación de lo humano el cuerpo no constituye necesariamente el “centro de gravedad”). El carácter orgánico puede modificarse y recrearse; en algún momento incluso  podrá conectarse completamente a los aparatos tecnológicos, como muestran algunos artistas contemporáneos. ¿El superhombre como unión entre el hombre y la máquina? Por otro lado, el ojo absoluto que contiene la “voluntad de ver todo” –empleando expresiones hiperbólicas de Gérard Wajcmanglobalizan la mirada y ponen en discusión la perspectiva. El concepto de hombre como “ventana al mundo” requiere ser repensado, no solo a partir de la defunción de su concepto en la conformación de las Ciencias Humanas (Foucault, 1966), sino también del “sujeto político” globalizado, donde un dispositivo técnico es desplazado por otros (habría que revisar actualmente el perspectivismo nietzscheano y la invención de la perspectiva heredera de Alberti). La privatización de lo público y la publicidad de lo privado, implican sopesar de nuevo estos conceptos y comprender el ejercicio de la política en la actualidad, incluyendo su lenguaje. En síntesis, con la muerte de dios teológica y metafísica, ¿se origina otra divinidad?, ¿un nuevo dios tecnológico?

Para terminar, ¿por qué Nietzsche retorna y no deja de insistir e interpelar a los nuevos lectores de filosofía? Es preciso analizar por qué ciertas concepciones filosóficas se imponen en épocas y lugares determinados. Tanto Nietzsche como Heidegger han sido lecturas fundamentales en Chile para generaciones sucesivas. El primero, como mencionamos al pasar, ingresó  incluso en el habla cotidiana, pronunciándose su nombre casi como un lugar común, a menudo banalizándose su pensamiento y al mismo tiempo influyendo en medios que rebasan el ámbito filosófico. El segundo ha tenido una vigencia que atravesó la mitad del siglo veinte (si es que no antes) y su enseñanza continuó en el periodo de la dictadura. A riesgo de parecer general, a mi juicio tanto Nietzsche como Heidegger conforman uno de los pares filosóficos que prevalecen como disputa soterrada de la ‘filosofía’ escrita en Chile. En una pugna política implícita, los dos implican comprensiones de la filosofía y la teoría, tal vez por la importancia que todavía reviste la teología cristiana en la enseñanza y el modo de exégesis ligada al culto. (De ahí la dificultad de la continuidad de la lectura de Marx en Chile, aun cuando no siempre retorne desde los ‘estudios filosóficos’) Intentar ‘despejar’ a Nietzsche de la comprensión heideggeriana –o de una interpretación heideggerianasignifica ejercer una sutil operación secular frente a una interpretación de cierta parte de la enseñanza de la filosofía en Chile que todavía busca en Heidegger un fundamento paradójicamente metafísico, si no directamente religioso.

En este campo de batalla de las recepciones, donde las lecturas sobre Heidegger también entran en liza, la acuciosidad de Portales recurre de manera inusual al recorrido alemán de las lecturas acerca de Nietzsche. Digo inusual porque hoy el nombre Nietzsche tiende a correlacionarse con los de Freud y Marx, gracias principalmente a la recepción francesa de Ricoeur y sobre todo del reconocido texto de Foucault que aguza la mirada sobre estos tres nombres. Si bien Portales aborda la interpretación de Derrida y Bataille, su investigación se enfoca primordialmente hacia el mayor desastre en que la gran política nietzscheana terminó involucrada: Auschwitz. (En este sentido, el Prefacio de René Baeza es un buen comentario y complemento). Quizás por esta salida de marco de los referentes citados, es que este libro resulta inusitado en el contexto chileno y tal vez latinoamericano. Leído desde hoy en clave política, Filosofía y Catástrofe origina nuevas interrogaciones: ¿Por qué Nietzsche fue –y tal vez sigue siendo- uno de los pensadores más referidos en los años noventa con el regreso de la democracia y el triunfo alegre del neoliberalismo en Chile? A partir del ámbito político de la catástrofe cotidiana y de las justificadas revueltas de los últimos años, donde los triunfos de los poderosos han criado cuerpos y jerarquizado el mundo, ¿en qué sentido Nietzsche sigue siendo aún una lectura intempestiva?

Jorge Polanco Salinas – Académico Instituto de Filosofía Universidad Austral de Chile