En El origen, uno de sus libros autobiográficos, Thomas Bernhard relata que cuando estaba en el colegio cambiaron en el aula una esvástica por un crucifijo. Esta modificación al interior de la sala conjugó con que el inspector del internado fuera sustituido por un ferviente y joven profesor nazi. Posteriormente, cuando ganaron los aliados, la cruz cristiana volvió al mismo sitio anterior. La disciplina y la forma de proceder en los dos regímenes eran casi similares, no se notaba diferencia en la violencia ejercida a los alumnos entre el catolicismo y el nazismo. Uno y otro conformaban la prolongación ‘natural’ de una manera de proceder y comprender la vida. Esta sutil equivalencia indica una continuidad, semejante en algunos aspectos a la devastación que sucedió en Chile con Pinochet. El paralelismo tiene su explicación: para que el nazismo se haya establecido con ‘naturalidad’ (palabra exasperante usada a menudo por Bernhard), existen ámbitos complejos de determinar de una vez; requieren de una revisión de los compromisos culturales implícitos. Tanto el pinochetismo como el nazismo conforman modos asoladores de ‘pensar’ –fantasmas de la sinrazón, diría Armando Uribe Arce- que no desaparecen sencillamente con el fin de una guerra o la supuesta vuelta a la democracia. Así como Lévinas escribió Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo, podría hacerse algo parecido con el pinochetismo. La filosofía, como otras áreas del saber, guarda una relación subrepticia y sobredeterminada con estas formas de acendrar la debacle cotidiana.
En Filosofía y Catástrofe, reeditado luego de catorce años por Ediciones UACh, Gonzalo Portales se propone examinar la herencia filosófica de la recepción nietzscheana a partir de la Shoah. Es una lectura y propuesta compleja, porque lo que lleva a cabo no es simplemente cotejar el legado nietzscheano en términos de los documentos intervenidos por su hermana (labor cumplida por Giorgio Colli y Mazzino Montinari), sino de determinar cómo en su recepción los textos ‘colaboran’ o no al ‘malentendido’, discutiendo a su vez el planteamiento de Lukács en El asalto a la razón sobre el camino que sigue la ‘filosofía alemana reaccionaria’ hacia Hitler, donde se incluye a Nietzsche en un elenco filosófico que comienza por Schelling (supuestos responsables del irracionalismo que culmina en el Führer). La labor de Filosofía y Catástrofe rebasa por tanto la interpretación de Nietzsche para aguzar la mirada a la filosofía alemana del último siglo. A partir de la Fragmentaria (Nachlass), o los Fragmentos Póstumos como ha solido publicarse en castellano, Portales recorre el camino -en muchos casos ambiguo- tanto de la lectura y dichos de Nietzsche como de la manera de recibirlos, principalmente por parte de Heidegger. La exhaustividad filológica y hermenéutica del libro –además de un estilo fino en la interpretación- permiten dar cuenta del debate. ¿Es Nietzsche un antecesor que justifica el nazismo, aunque haya sido mal comprendido y manipulado? ¿Permite su filosofía una exegesis nazi y, por lo tanto, autoriza la catástrofe de la política europea y alemana? ¿Cómo entender la recepción de Heidegger y sobre todo el nihilismo en estos filósofos? Y lo más importante, sin que el libro se lo proponga explícitamente, ¿cómo comprender la política alemana del último siglo?
Estas grandes preguntas son recogidas y lo más sorprendente es que, a pesar de ser un libro de alrededor 170 páginas, las elabora de manera detallada y precisa (incluso impiden componer una reseña en los términos usuales). Esta exhaustividad contiene dos aspectos: primero, revisa lo que Nietzsche leyó en el momento de escritura de sus libros y los Fragmentos Póstumos, estableciendo un registro filológico-heurístico y, por otro lado, cómo fue leído por los pensadores alemanes, despejando un camino hermenéutico en la bibliografía secundaria, relevante en cuanto a la recepción. Estos enfoques imbrican, por así decir, dos tiempos: la vista hacia la influencia del Romanticismo Temprano en el pensamiento de Nietzsche, en primer lugar, y la filosofía alemana del siglo diecinueve, en el horizonte general. Y, al mismo tiempo, aguza la vista hacia el porvenir, vale decir, la interpretación compleja tanto en el plano filosófico como político de Heidegger, dominante en la discusión sobre Nietzsche durante el siglo veinte. Estas dos miradas confluyen en la reflexión política; es más, me arriesgaría a afirmar, Nietzsche es para aquel Gonzalo Portales del año 2002 –cuando publicó la primera edición- el eje de comprensión de la política alemana y europea de los últimos siglos. De ahí que este breve y denso ensayo condense de algún modo las investigaciones minuciosas recorridas por su trabajo intelectual.
La inscripción “Nietzsche” es engañosa. Filosofía y Catástrofe no consiste ‘simplemente’ en una monografía; bajo esta firma reputada, hasta en el plano de la cultura de masas, Portales ofrece una interpretación de la historia de la filosofía alemana. Nietzsche parece presentar un dilema acerca del estatuto de la filosofía; la interrogación respecto del quehacer filosófico implica pensarlo no solo como la especialización de un periodo o de un giro sustentado por una personalidad radical (algo así como la “originalidad” o “genialidad” de Nietzsche), sino en cuanto un pensamiento que intuye, incorpora e instituye una legibilidad de la cultura. En este caso se trata de la guerra y la catástrofe (o el vaticinio sobre la gran guerra, como advierte complejamente Nietzsche) como legado del nihilismo europeo y la muerte de dios, que ya estaba ínsita en el cristianismo. El vuelco catastrófico, que implica consumar la catástrofe y no volverse hacia un conservadurismo, tiene diversas aristas históricas y filosóficas, que también incitaron ‘equivocaciones’ en el mismo Nietzsche por medio de su decir profético y, por cierto, virulento.
A grandes rasgos, existen al menos dos niveles explícitos de esta catástrofe. La primera contiene el correlato histórico que marca a Europa y las explicaciones que buscan una respuesta tanto filosófica como política: Auschwitz. La segunda es la que Portales caracteriza a partir de Nietzsche como la utopía catastrófica asociada al superhombre. Vale decir, la transformación radical sobre lo que se ha comprendido como “hombre”: el paso muchas veces tormentoso de la aurora al ocaso. Es la tensión que provoca el giro hacia una nueva época y el destino que implica este quiebre; una lucha por hacer girar el mundo en otros ejes y al mismo tiempo el proceso destructivo que implica la conformación de una época distinta a partir de las ruinas, que desde el siglo diecinueve hasta hoy se enfatiza sobre todo en el plano artístico. Y no solo –como demarca Heidegger a través de Nietzsche- en el ámbito europeo. La politización del arte puede verse, a través de su vuelco inmanente, como un plano secuencia de la muerte de dios.
Esta dualidad de la catástrofe –saliéndonos ya del libro- indica un juego entre duelo y utopía, inclusive su conjunción. A la que es preciso sumar una tercera (ya aludida y que volveremos a mencionar al final). Es lo que Dostoievsky observó tempranamente a partir del abismal personaje Kiriloff, que Nietzsche parafrasea en el esquizofrénico de la Gaya Ciencia anunciando la muerte divina, y ‘encarna’ al final del Ecce Homo cuando se refiere a la gran política: “Vendrá un hombre nuevo, dichoso y orgulloso. Aquel para quien le será indiferente vivir o no vivir, ése será el hombre nuevo. Aquel que vencerá al sufrimiento y al terror, y el mismo será Dios. Entonces, el otro Dios ya no existirá (…) Entonces empezará una nueva vida, un hombre nuevo, y todo será nuevo. Entonces se dividirá la historia en dos períodos: del mono al aniquilamiento de Dios, y desde el aniquilamiento de Dios hasta…Hasta la transformación física del hombre y de la tierra. El hombre será Dios y se modificará físicamente. El Universo se transformará, igual que las obras, los sentimientos y los pensamientos”. Los endemoniados (1872). El último capítulo del libro de Portales, “Fragmentaria del nihilismo europeo y la gran política”, se hace cargo de esta discusión con las dificultades que implica dar cuenta a su vez de las interpretaciones de Nietzsche a partir de Heidegger y las manipulaciones del nazismo. A diferencia de la interpretación heideggeriana, donde prima la distinción entre lo suprasensible y lo sensible en cuanto muerte de dios, ligada a su cuestionamiento a la metafísica de la presencia, Portales aclara que la catástrofe nietzscheana es más bien decimonónica, es decir, apunta a la desaparición del sentido teleológico del acontecer, cuyos límites tienen que ver con un asunto histórico, no una interrogación que regrese a los orígenes griegos. “Este es el extremo persuasivo y fáctico desde el que la gran política debiera intentar invertir el proceso de deterioro de la comunidad y de abatimiento del hombre ya incapacitado de reconocerse a sí mismo. Pero su tarea no consiste en impedir la catástrofe, sino en consumarla” (167). Mirada esta devastación desde otro ángulo, cuando muere dios, no es que ya todo esté permitido (Dostoivesky), sino que lo que queda es la política, el espacio de juego de la inmanencia que es necesario cumplir. Pero, ¿en qué consiste esta política, a la que el filósofo suma la carga de ‘gran’?
A pesar del ámbito decimonónico del debate, donde es necesario situar el horizonte histórico de Nietzsche, Portales observa igualmente el tono altisonante del filósofo, su constante búsqueda por jerarquizar a los hombres, la exigencia de crianza de los últimos fragmentos, el cinismo político de la aniquilación devastadora, el desánimo histórico y el padecimiento de crisis; y al mismo tiempo resalta la necesidad de leer su filosofía con un oído atento y una hermenéutica tolerante ante su escritura grandilocuente y aporética, sobre todo a la vista de las guerras y las catástrofes suscitadas en el siglo veinte donde Alemania tuvo un rol protagónico. De manera compleja y también aporética, Portales termina su libro con el silencio que involucra Nietzsche, es decir, interpretando el enigmático párrafo final de Filosofía y Catástrofe, con las contradicciones y las múltiples máscaras que ha implicado para el futuro.
Siguiendo la discusión otra vez en los límites del libro, a estas muertes teleológicas y metafísicas de dios, es posible sumar su defunción por medio de la tecnología y la mirada globalizada. Hace solo un poco más de un siglo, Nietzsche escribía en la Gaya Ciencia: “«¿Es verdad que el amado Dios está presente en todas partes?», preguntó una niña pequeña a su madre: «pero eso lo encuentro indecente»”. Hoy esta mirada está ocupada por google maps. Con el desarrollo de los nuevos aparatos técnicos, los conceptos de lo humano y divino se ven profundamente trastocados; y en este trastorno la figura del hombre y su cuerpo se descentralizan del mundo (a pesar del énfasis en cierta interpretación de Nietzsche, en esta transformación de lo humano el cuerpo no constituye necesariamente el “centro de gravedad”). El carácter orgánico puede modificarse y recrearse; en algún momento incluso podrá conectarse completamente a los aparatos tecnológicos, como muestran algunos artistas contemporáneos. ¿El superhombre como unión entre el hombre y la máquina? Por otro lado, el ojo absoluto que contiene la “voluntad de ver todo” –empleando expresiones hiperbólicas de Gérard Wajcmanglobalizan la mirada y ponen en discusión la perspectiva. El concepto de hombre como “ventana al mundo” requiere ser repensado, no solo a partir de la defunción de su concepto en la conformación de las Ciencias Humanas (Foucault, 1966), sino también del “sujeto político” globalizado, donde un dispositivo técnico es desplazado por otros (habría que revisar actualmente el perspectivismo nietzscheano y la invención de la perspectiva heredera de Alberti). La privatización de lo público y la publicidad de lo privado, implican sopesar de nuevo estos conceptos y comprender el ejercicio de la política en la actualidad, incluyendo su lenguaje. En síntesis, con la muerte de dios teológica y metafísica, ¿se origina otra divinidad?, ¿un nuevo dios tecnológico?
Para terminar, ¿por qué Nietzsche retorna y no deja de insistir e interpelar a los nuevos lectores de filosofía? Es preciso analizar por qué ciertas concepciones filosóficas se imponen en épocas y lugares determinados. Tanto Nietzsche como Heidegger han sido lecturas fundamentales en Chile para generaciones sucesivas. El primero, como mencionamos al pasar, ingresó incluso en el habla cotidiana, pronunciándose su nombre casi como un lugar común, a menudo banalizándose su pensamiento y al mismo tiempo influyendo en medios que rebasan el ámbito filosófico. El segundo ha tenido una vigencia que atravesó la mitad del siglo veinte (si es que no antes) y su enseñanza continuó en el periodo de la dictadura. A riesgo de parecer general, a mi juicio tanto Nietzsche como Heidegger conforman uno de los pares filosóficos que prevalecen como disputa soterrada de la ‘filosofía’ escrita en Chile. En una pugna política implícita, los dos implican comprensiones de la filosofía y la teoría, tal vez por la importancia que todavía reviste la teología cristiana en la enseñanza y el modo de exégesis ligada al culto. (De ahí la dificultad de la continuidad de la lectura de Marx en Chile, aun cuando no siempre retorne desde los ‘estudios filosóficos’) Intentar ‘despejar’ a Nietzsche de la comprensión heideggeriana –o de una interpretación heideggerianasignifica ejercer una sutil operación secular frente a una interpretación de cierta parte de la enseñanza de la filosofía en Chile que todavía busca en Heidegger un fundamento paradójicamente metafísico, si no directamente religioso.
En este campo de batalla de las recepciones, donde las lecturas sobre Heidegger también entran en liza, la acuciosidad de Portales recurre de manera inusual al recorrido alemán de las lecturas acerca de Nietzsche. Digo inusual porque hoy el nombre Nietzsche tiende a correlacionarse con los de Freud y Marx, gracias principalmente a la recepción francesa de Ricoeur y sobre todo del reconocido texto de Foucault que aguza la mirada sobre estos tres nombres. Si bien Portales aborda la interpretación de Derrida y Bataille, su investigación se enfoca primordialmente hacia el mayor desastre en que la gran política nietzscheana terminó involucrada: Auschwitz. (En este sentido, el Prefacio de René Baeza es un buen comentario y complemento). Quizás por esta salida de marco de los referentes citados, es que este libro resulta inusitado en el contexto chileno y tal vez latinoamericano. Leído desde hoy en clave política, Filosofía y Catástrofe origina nuevas interrogaciones: ¿Por qué Nietzsche fue –y tal vez sigue siendo- uno de los pensadores más referidos en los años noventa con el regreso de la democracia y el triunfo alegre del neoliberalismo en Chile? A partir del ámbito político de la catástrofe cotidiana y de las justificadas revueltas de los últimos años, donde los triunfos de los poderosos han criado cuerpos y jerarquizado el mundo, ¿en qué sentido Nietzsche sigue siendo aún una lectura intempestiva?
Jorge Polanco Salinas – Académico Instituto de Filosofía Universidad Austral de Chile