Nicanor Parra ha muerto, pero sigue vivo en sus artefactos, en sus dibujos, en sus palabras sarcásticas, en su antipoesía, en la memoria cotidiana de sus dichos picarescos, en las páginas que damos vuelta para encontrar su presencia y evitar el dominio del hado nefasto.
Solo queremos la presencia de las alondras y las mariposas en la tumba que lo espera, la memoria de los escritores en las bibliotecas, escuelas y universidades, la genuflexión juvenil ante su ausencia, la lectura una y otra vez de sus poemas fúnebres “En el cementerio”, “La doncella y la muerte”, “La poesía termino conmigo”, “Discurso fúnebre”, “Lo que el difunto dijo de sí mismo”, “La cruz”, ”En el cementerio”, “Total cero”:
“La muerte no respeta ni a los humoristas de buena ley/
Para ella todos los chistes son malos/
La muerte no respeta fulanos/
¿Irá a respetar Zutanos, Menganos, o Perenganos? /
Mientras escribo la palabra/
Mientras pienso muerto de rabia/
Así pasa la gloria del mundo/
Sin pena/
Sin gloria/
Sin mundo/
Sin un miserable sándwich de mortadela”.
La muerte recorre los caminos de los antipoemas, enlutando textos increíbles:
“La poesía chilena se endecasilabó /
¿Quién la desendecabilará? /
El gran Desendecasilabador.”
Pero ahora, fallecido el Gran Desendecasilabador, alias Nicanor Parra, la poesía chilena no tiene defensa frente a los embates de los novissimi o de los antiquisimi…