Más que pesca: la vida en torno a la langosta en Juan Fernández

Ignacio Guerrero Pereira, antropólogo de la Universidad Austral de Chile, viajó durante los meses de abril y mayo al archipiélago de Juan Fernández para investigar los modos de vida asociados a la pesca artesanal durante la temporada de la langosta.

Lo que comenzó como una tesis de pregrado se transformó en una experiencia inmersiva en la historia, la cultura y las redes afectivas de una comunidad que ha sabido sostener su identidad a través del mar. Su investigación fue realizada en el marco del FONDECYT N°11231127: “Prestaciones del paisaje en contexto de capitalismo posindustrial. Los futuros turísticos en dos zonas rurales archipelágicas de Chile” dirigido por la Dra. Asunción Díaz Álvarez.

Ignacio sabía que no quería hacer una tesis desde el escritorio. Para él, la antropología tenía sentido solo si se vivía en terreno. Así fue como eligió estudiar los modos de vida pesquero-artesanales del archipiélago de Juan Fernández, con un foco específico en la temporada de langosta, la cual empieza el 1 de octubre y finaliza el 14 de mayo, siendo una actividad que no solo sostiene la economía local, sino que estructura la vida cotidiana, los afectos y las memorias del lugar.

Durante abril y mayo de 2024, vivió en la isla Robinson Crusoe, compartiendo con pescadores y sus familias. Allí descubrió que hablar de pesca es hablar también de infancia, migración, familia, sostenibilidad, tradición y adaptaciones tecnológicas. A lo largo de su investigación, Ignacio entrevistó a más de 20 personas y se involucró en la vida local mediante observación participante, cartografía, entrevistas semiestructuradas, sombreo y conversaciones informales.

Su investigación no solo tuvo apoyo académico, sino que se inscribió dentro de un estudio mayor sobre los paisajes turísticos y las tensiones del capitalismo posindustrial en territorios rurales insulares. Desde esa perspectiva, su trabajo también ofrece pistas sobre los futuros posibles de la pesca artesanal en contextos de creciente interés turístico y ecológico.

La langosta: eje cultural y económico

La temporada de pesca de la langosta se extiende desde el 1 de octubre hasta el 14 de mayo, seguida por una veda que va del 15 de mayo al 30 de septiembre. Este calendario no fue impuesto desde fuera, sino que surgió por iniciativa de los mismos pescadores, quienes desde 1925 organizaron prácticas sostenibles para preservar la especie.

La historia comercial de la langosta se remonta a 1893, cuando el empresario suizo Alfred Von Rodt comenzó su exportación en conservas pequeñas latas que contenían las colas, marcando así el inicio formal de una economía exportadora basada en un recurso local en un territorio que hasta entonces vivía en un sistema cerrado, sin mercado nacional ni conexión fluida con el continente.

Actualmente, se estima que cerca del 70% de la economía del archipiélago depende directa o indirectamente de la extracción de langosta. Ignacio explica que la pesca no solo provee ingresos, sino que organiza el tiempo, define roles familiares y marca los flujos migratorios internos y externos. Además, se trata de una pesca artesanal basada en métodos sostenibles, solo se utilizan trampas, la talla mínima es de 11,5 cm, y las capturas deben permitir la supervivencia de hembras reproductoras.

“Esa medida mínima fue decidida por ellos mucho antes de que existiera un estudio científico. Lo hacían por experiencia y por respeto. Décadas después, se comprobó que esa talla asegura que la langosta ya haya vivido al menos siete años y pasado por dos o tres ciclos reproductivos. Esa es la sabiduría del lugar”, afirma.

Marcas, embarcaciones y herencias

Uno de los hallazgos más potentes de la investigación fue el sistema de marcas, las cuales se pueden definir como coordenadas del mar donde cada familia coloca sus trampas, basadas en herencia y respeto comunitario. Las marcas no están registradas oficialmente, pero nadie las cuestiona. Algunas marcas tienen más de 120 años de historia y son parte del legado que se transmite entre generaciones. Aprender a ubicar una marca no es simple. Antes del uso de GPS, los pescadores debían hacer triangulaciones visuales entre montañas, piedras y puntos de referencia costera para identificar el lugar exacto. “Es un arte. Me contaron de pescadores que demoraron hasta 10 años en aprender a reconocerlas. Hacer una marca nueva era aún más complejo: requería exploración, paciencia y suerte”.

Si alguien tira su trampa en una marca ajena, el dueño tiene derecho a retirarla. Pero esto no ocurre normalmente. Hay un respeto profundo, ya que saben que todos dependen de este equilibrio en el que están emparentados de alguna manera. La comunidad funciona como una gran familia.