El antropólogo de la Universidad Austral de Chile, Maximiliano Rogel Álvarez, investigó los desafíos y oportunidades que tenía implementar Educación Sexual en Chile en liceos públicos de Valdivia. En su investigación, desarrollada durante todo 2024 para lograr el grado académico y título profesional, reveló ciertas necesidades claves para que su implementación sea efectiva: articulación entre comunidades educativas, redes externas, y toda la comunidad escolar.
Desde la implementación de la Ley 20.580, que establece la obligatoriedad de impartir Educación Sexual Integral (ESI) en los liceos a través de planes de sexualidad, afectividad y género —con un mínimo de dos horas—, su aplicación ha sido irregular y marcada por avances y retrocesos. Esto se debe, en gran parte, a que la ley otorga amplia autonomía a cada establecimiento educacional, dejándolos sin lineamientos claros ni apoyo sistemático para su desarrollo.
Es en ese contexto que Maximiliano Álvarez, actual antropólogo titulado de la Universidad Austral de Chile, decide involucrarse directamente en la elaboración de planes de sexualidad, afectividad y género en establecimientos educacionales, motivado por su experiencia en el DAEM durante su práctica profesional. “En ningún establecimiento habían trabajado antes con un antropólogo para desarrollar planes ESI. Esto es algo totalmente nuevo para ellos, y eso ya hablaba de una gran carencia”, asegura.
Según Rogel, muchos planes recaen exclusivamente en un o una docente sin formación específica ni apoyo suficiente: “La ley mandata a hacer el plan, pero no entrega herramientas reales; básicamente deja a cada colegio haciendo lo que puede”, enfatiza.
Además, explica que, si bien algunos colegios logran articular redes externas —como la Escuela de Obstetricia de la UACh, centros juveniles y otros—, la mayoría desconoce que puede acceder a ese tipo de apoyo: “En una capacitación con 18 establecimientos, 15 no sabían que podían solicitar apoyo”, subraya.
Brechas generacionales y desafíos internos
“La ESI no es solo una clase más: es información que realmente puede salvar vidas”, asegura el joven investigador. Aún así, comenta que, durante su trabajo en terreno, descubrió que la implementación no está exenta de desafíos: mientras profesores jóvenes desarrollan las actividades con entusiasmo, docentes de mayor edad tienden a resistirse.
“Había discusiones sobre si ciertas actividades eran apropiadas o no. Algunos decían que era ‘demasiado’”, relata.
En sus conclusiones, también comenta que la Educación Sexual Integral sigue marcada por un fuerte sesgo heteronormativo, lo que, en sus palabras, invisibiliza otras formas de relaciones sexoafectivas, altamente frecuentes entre los y las jóvenes.
“Se sigue trabajando mucho con figuras heteronormadas, dejando fuera otras experiencias. Hay que diversificar el enfoque”, subraya.
Hallazgos destacados
El investigador destaca que uno de los hallazgos más relevantes fue constatar un alto nivel de conocimiento propio entre los estudiantes:
“Conversando con ellos, decían que ya sabían mucho de lo que se les enseñaba, incluso más que sus profesores. Hay un desfase generacional evidente, y eso genera tensión”, asevera.
No obstante, Rogel advierte que la juventud no es homogénea: también hay estudiantes con posturas muy conservadoras, influenciadas por discursos de ultraderecha: “Algunos quieren aprender más, otros se resisten abiertamente a estos contenidos”.
Una Educación Sexual Integral con retroalimentación y políticas claras
Rogel subraya la necesidad urgente de una ley específica que regule de forma clara y uniforme la implementación de la ESI. Esto debería ir acompañado de una capacitación sistemática para los equipos educativos y de mecanismos anuales de evaluación.
“Hoy los colegios, liceos o centros educativos no evalúan cómo les fue con la Educación Sexual Integral. Nadie sabe si el plan funcionó o no. Es urgente incorporar evaluaciones para mejorar”.
En ese sentido, el antropólogo enfatiza que la ESI debe ser comprendida como una herramienta transversal, comunitaria, necesaria y no adoctrinante: “La ESI enseña a reconocer emociones, a poner límites, a respetar a otros. Por eso puede salvar vidas”, concluye.