En la poesía chilena y quizás también latinoamericana, Nicanor Parra es el poeta más conocido que cuestiona el lenguaje al constituir el rótulo “antipoesía” como una marca casi personal, aun cuando podrían observarse los vínculos soterrados con la lírica grisácea de Pezoa Véliz y el anarquismo de Pablo De Rokha. Más allá de este registro de Poemas y antipoemas (1954) y de la importancia que tuvo la publicación posterior de los Artefactos (1972) como ampliación de su escritura hacia la visualidad, un poema de Obra gruesa (1969) compendia su concepción precaria del lenguaje: “Defensa de Violeta Parra”. Esta elegía, una especie incluso de apología a la manera de Sócrates (en el poema se habla de la cicuta), resalta las distancias con su hermana y con una comprensión del poeta. Violeta Parra es vista a la manera de una vidente, capaz de resucitar como Jesús a los muertos, alterar el orden de los poderosos y despertar el recuerdo vívido de la historia de Chile. “Basta que tú los llames por sus nombres / para que los colores y las formas / se levanten y anden como lázaro / en cuerpo y alma”. En esta defensa, Violeta es una mujer que redime y al mismo tiempo sufre por los otros. Es la imagen de la poeta total (palabra que se repite de diferentes maneras a lo largo del poema): “cocinera / niñera / lavandera/ niña de mano/ Todos los oficios”. A pesar del círculo de dolor infinito, es una arpillera, bailarina, chillaneja, el sostén de los pájaros y también quien los libera de su cautiverio. Violeta “volcánica” se funde con la geografía de Chile. Esta facultad total es capaz incluso de sobreponerse al dolor y a la muerte, hacer bailar a través de la cueca como si ésta fuera un vals. “Todos los sustantivos (…) son pocos”. Viola, la hermana irremplazable, que con su canto es la más fiel muestra de los parajes de Chile, de la Cordillera de Los Andes como de La costa; se distancia dolorida y radicalmente de Nicanor Parra. Andrés Ajens hace notar la falta del certificado de defunción de Violeta Parra en La poesía chilena de Juan Luis Martínez y que parece fundamental a la hora de entender esta tradición oral y popular de la poesía. Hay una diferencia entre el oído y el ojo en los hermanos; la conjunción familiar de los sentidos entre el privilegio del relato oral y la canción en Violeta respecto de la escritura y la visualidad en Nicanor. Como Neruda, Violeta expresa el derrumbe de una determinada visión del mundo popular, asfixiado después del golpe de estado. Nicanor, la incorporación de las nuevas formas de comunicación en la multitud citadina. El chiste como aspereza nihilista. Cual bisturí que escinde a los siameses, un verso corta en dos la elegía: “Pero yo no confío en las palabras”. Esta línea del poema da cuenta como una revelación la diferencia entre los dos poetas; a partir de allí Nicanor Parra le pide que regrese de la tumba a bailar y cantar con su guitarra: “una canción no más te pido (…) qué te cuesta mujer”. Esta súplica muestra la impotencia del poeta: a pesar de su llamado, no puede hacerla volver a la vida. La desconfianza prima en la poesía del hermano mayor, en cambio Violeta era capaz de todos los oficios.
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