En un mundo donde lo digital parece haberse convertido en una extensión natural de nuestras vidas, la tesis de Isaac Nehemías Rivas Moya, titulada “Redes, seres e incertidumbre: una discusión re-imaginativa sobre la ciberantropología y el ciberespacio” (UACh, 2023), propone detenernos a pensar el vínculo entre humanidad, tecnología y ciberespacio desde una perspectiva crítica, filosófica y profundamente antropológica.
Graduado de la carrera de Antropología de la Universidad Austral de Chile, Rivas trabajó bajo la tutela del profesor Fernando Maureira Estrada y el profesor informante Mauricio Mancilla Muñoz. Su tesis dialoga con pensadores como Franco “Bifo” Berardi, Yuk Hui y Arturo Escobar, y se embarca en una profunda reflexión sobre cómo nos relacionamos —o dejamos de relacionarnos— con la tecnología.
– ¿Cuál es el principal hallazgo o propuesta que plantea tu tesis sobre el vínculo entre seres humanos, tecnología y ciberespacio?
Mi tesis plantea una crítica al modo en que el pensamiento occidental ha concebido históricamente a la tecnología como algo separado de lo humano, como una especie de “extrañeza útil” que llega desde afuera. Desde los conflictos entre los sofistas y los socráticos, pasando por Platón, hasta las concepciones modernas de la antropología, ha existido una escisión entre técnica y cultura.
Pero como dice Erik Davis, “hemos sido cyborgs desde el año 0”. La técnica no es un añadido, sino una constituyente de lo humano. La propuesta central de mi tesis es que, más allá del tono apocalíptico que ha teñido muchas reflexiones sobre lo digital, podemos —y debemos— abrir un espacio para reimaginar el vínculo entre tecnología y humanidad. En vez de temer la desensibilización de nuestras experiencias por la aceleración digital, podemos usar esa transformación como una oportunidad para replantear nuestras concepciones sobre lo humano.
– En tiempos donde pasamos gran parte de nuestras vidas conectados, ¿por qué es urgente mirar el mundo digital desde la antropología?
La antropología ha estado en deuda con la reflexión tecnológica. Hoy, nuestras relaciones sociales ya no se articulan solo en lo presencial, sino en flujos invisibles de datos, en algoritmos que interactúan con nuestras emociones y decisiones.
En mi tesis realicé una ciberetnografía con modelos de lenguaje, como GPT, para observar cómo las inteligencias artificiales comienzan a integrarse a nuestras vidas cotidianas como interlocutores, como espejos de nuestras emociones, incluso como herramientas de catarsis. ¿Qué hace la antropología ante esto? ¿Qué hacen las humanidades cuando los foros digitales están llenos de personas interactuando con inteligencias artificiales como si fueran terapeutas?
Para mí, es urgente entrar en estas discusiones sin tecnofobia. Las siguientes generaciones crecerán con estas tecnologías, y necesitamos marcos críticos y sensibles para comprenderlas.
– ¿Cómo cambian nuestras relaciones sociales y nuestras ideas de comunidad en un entorno digital? ¿Qué rol juega la incertidumbre en esto?
Las relaciones se reconfiguran desde la afinidad más que desde la cercanía geográfica. Internet permite que comunidades heterogéneas se formen a partir de intereses compartidos, pero también es un espacio de constante mutación y producción semántica.
La incertidumbre, en ese contexto, se convierte en una herramienta. No como falla epistémica, sino como un ethos, una actitud crítica frente a lo dado. En los entornos digitales, donde los agentes no siempre son humanos y donde la realidad puede ser fácilmente distorsionada, la incertidumbre nos ayuda a mantenernos atentos, a sospechar y a pensar más allá de lo evidente.
– ¿Cómo se vive lo humano en lo digital? ¿Estamos ante una nueva forma de “habitar” el mundo?
La palabra “habitar” para mí es un tanto complicada; la asocio con permanencia, y en la digitalidad las cosas rara vez permanecen. Quizás estamos frente a un deshabitar: deshabitamos espacios que creíamos propios de la experiencia humana para dar paso a este nuevo agente que es la tecnología. Deshabitamos para movernos hacia la aceleración de un mundo que cada vez se nos hace más extraño si lo miramos con los lentes conceptuales del pasado.
Incluso con el cuerpo, podríamos hablar de una deshabitación de nuestra corporalidad. Esto ya sucede con lo que algunos llaman “cultura de la prótesis”. En este contexto, el término “humano” se queda corto para abordar muchas de estas transformaciones, y ahí surge el poshumanismo como una forma interesante de pensarlas.
Si entendemos lo poshumano como una constante creación de concatenaciones que disuelven oposiciones metafísicas (como humano/técnico, natural/artificial), y reconocemos que la relación del homo faber con la técnica ha existido siempre, entonces —como sugiere Yuk Hui— siempre hemos sido poshumanos. Se vuelve urgente que actuemos como tales: que pensemos nuevas formas de relacionarnos con tecnologías que parecen inhumanas, pero que son la otra cara de nuestra existencia. Reflexionar tecnológicamente es una manera de reivindicar nuestra inhumanidad para pensar después del fin, incluyendo en esa reflexión a la biodiversidad y desplazando el antropocentrismo.
– ¿Qué mitos o ideas equivocadas sobre la vida en redes sociales crees que tu investigación ayuda a desmontar o matizar?
A mi parecer suele existir recurrentemente una confusión entre lo que son las redes sociales y la creciente vida digital. Es evidente que las redes sociales componen un lugar esencial en esta digitalidad, pero recorremos los parajes ciberespaciales también cuando leemos un artículo de Wikipedia, interactuamos con softwares inteligentes, usamos plataformas de streaming, o nos desenvolvemos en mundos como la publicidad, la edición, los videojuegos y muchas otras formas co-creativas con estas tecnologías.
Por otra parte, en relación directa con las redes sociales, existe una especie de demonización algorítmica, en la cual culpamos por completo a estas plataformas por la idiotización del contenido, asumiendo que es solo una fórmula matemática la que determina lo que consumimos. Pero sabemos hoy en día que una fórmula no puede explicar a cabalidad un algoritmo si no se considera dentro de un fenómeno más complejo de interacciones algorítmicas.
La idea persistente de que las tecnologías no nos pertenecen termina profundizando estas brechas conceptuales, generando antagonismos casi irresolubles entre personas que se saturan de contenido “brainrot”, sin ver que entrenan a su propio algoritmo con ese tipo de interacciones, como si fuera una profecía autocumplida.
Tiziana Terranova, teórica italiana, tiene un artículo en el libro Aceleracionismos, donde dice que aunque el capital se apropie de estas tecnologías para generar valor y control neuro-totalitario, eso no significa que no podamos hacer nada con ellas. Al contrario, sugiere que debemos recuperar su capacidad de expresar valores estéticos, sociales y éticos. Aquí se vuelve fundamental la educación digital, que nos permita discernir y elegir el contenido que deseamos consumir, y cómo queremos relacionarnos con estas plataformas.
– Tu tesis habla de una discusión “re-imaginativa” sobre el ciberespacio. ¿Qué significa eso y por qué crees que es necesario repensar lo digital?
La idea de “re-imaginativa” surge porque el concepto de ciberespacio ha sido moldeado, muchas veces, por narrativas poco críticas o directamente escapistas, como la del cyberpunk o la declaración de independencia del ciberespacio de John Perry Barlow.
Barlow concebía el ciberespacio como un universo inmaterial, libre de los límites del cuerpo. Pero eso es una ilusión. Toda esa supuesta “inmaterialidad” requiere de una infraestructura física brutal: servidores, cables, energía, minería de datos. Por eso creo que es urgente repensar el ciberespacio desde una mirada crítica y materialista, una que considere tanto sus promesas como sus contradicciones.
– ¿Qué tipo de nuevas preguntas crees que debería hacerse la antropología frente al avance de la inteligencia artificial y los algoritmos en la vida cotidiana?
Hay una entrevista al antropólogo británico Tim Ingold que me parece muy ilustrativa. Él plantea que la antropología debe ir más allá del canon tradicional que la define como el estudio de la otredad humana. Sugiere que debe pensarse como una disciplina especulativa, no solo empírica.
El mayor problema hoy es que la antropología ha fundido su estatuto epistémico con la etnografía, lo cual genera conflictos en ambientes profundamente digitales, donde el empirismo entra en crisis: ¿qué es un hecho en lo digital?, ¿puede observarse realmente?, ¿cómo definimos lo real en estos contextos?
Ignorar estos problemas conceptuales solo agudiza los temores y las confusiones. Por eso, necesitamos una antropología que no tema especular, imaginar, incluso alucinar. Y para eso, se vuelve crucial incluir a la filosofía, especialmente la filosofía de la tecnología, como una herramienta conceptual clave.
No podemos seguir separando filosofía y ciencia. Para abordar la inteligencia artificial y los algoritmos, necesitamos una antropología que se atreva a pensar en futuros posibles sin perder de vista su pasado. Una antropología que se pregunte por el futuro, para no quedar atrapada en su historia.
– Desde tu experiencia ¿cómo motivarías a otros jóvenes a estudiar antropología para comprender fenómenos actuales como las redes, el control digital o la virtualidad?
Que no teman relacionar la antropología con lo que más les llama la atención. No solo con lo digital o lo virtual. El científico también vive de sus deseos y sueños: lee en las vigilias, escribe en el insomnio.
No tengan miedo de no tener certezas sobre lo que quieren hacer. Abracen la incertidumbre que a veces paraliza, e inspírense en ella. Inspírense en el desconocimiento, en la falta de verdades.
Si quieren investigar temas de tecnología, cultiven una actitud autodidacta: aprendan herramientas digitales, familiarícense con software, lean sobre filosofía y técnica. Y, sobre todo, cuestionen cómo pensamos y usamos la tecnología. Como ya dije, nos pertenece, y pensarla también es una forma de reclamarla.